miércoles, 18 de septiembre de 2013

El Patriota

Por LiaR

Miré hacia lo que parecía ser el cielo. No podía comprender realmente donde estaba, no podía fijar mi atención en objeto alguno, cada vez que lo intentaba se volvía borroso, y poco a poco los rayos de luz parecían curvarse a su alrededor, volviéndolo lentamente invisible para mis ojos, no podía mantener mi concentración, ni podía distinguir colores, o quizá recordarlos o... ¿De qué estaba hablando?


¡Ah, sí! El cielo. Aparentemente me encontraba tendido boca arriba, miré lo que parecía ser el cielo, regado de cientos de estrellas, teñido de colores anaranjados, marrones, plateados y azules que danzaban de un modo psicodélico. De algún modo distinguí en aquel remolino sin sentido la noche, sí, era de noche, la noche más iluminada y colorida que haya visto.

Con dificultad me levante del mar de hojas en que me encontraba, me susurraban al oído invitándome a seguir recostado hasta que la noche pasara, pero sentí la imperante necesidad de levantarme, había algo malo en ellas, lo sabía, pero no lo sabía, no podría describirlo, aquellas hojas de formas imposibles y colores indescriptibles no presagiaban nada bueno con sus provocadoras formas que incitaban mis sentidos de formas que no creía posibles, ¡pero qué difícil era concentrarse en ese lugar! ¡qué difícil es de contar sin perderse entre recuerdos falsos y evocaciones de situaciones que nunca ocurrieron!

Logré levantarme, alrededor no veía nada más que hojas, hojas y más hojas, como las que intentaban seducirme, ¡pero no podía ceder! debía hacer algo importante. En el horizonte alcanzaba a ver gigantescas montañas, imposibles de atravesar o escalar, pero no eran montañas, no, eran pensamientos, sí, eso eran, los pensamientos con los que habíamos logrado deshacernos de las horribles criaturas de Más Allá, no las queríamos aquí, así que pensamos montañas imposibles de atravesar y nos escondimos en ellas. Aunque a veces las criaturas de Más Allá logran cruzar nuestros pensamientos, son débiles cuando no actúan en multitud, las aborrecemos y pierden su fuerza, las vencemos, no las queremos porque no son como nosotros, están encerradas en otros pensamientos diferentes a los nuestros ¿pero qué debía hacer? Ya llego a ello, ¡qué difícil resulta concentrarse!

Sobre las montañas estaban las lunas, tres brillantes lunas. Aborrecí su luz negra (sí, brillaban con luz negra, lo sabía imposible, físicamente hablando, pero era, lo pensaron y así fue) y pensé que quizá por eso era de noche aunque el cielo arremolinaba en llamativos colores. La luz negra tenía extrañas propiedades, aunque podía ver las montañas, los pensamientos, no me permitía ver las hojas más allá de unos metros, e incluso escondía muchas cosas junto a mí, no me permitía ver a los de Más Allá que merodeaban en la oscura claridad de mi alrededor y sentí miedo.

Algún pensamiento ajeno a mí se me cruzó de pronto por la mente, y fijé mi vista en un punto del suelo, oscurecido por la luz negra de las tres lunas, bajo el imponente pensamiento que nos protegía. Miré y miré largo rato, pero no había caso, mientras más fijaba mi atención la luz negra se hacía más penetrante, y aquello que buscaba se volvía más invisible. Con la locura hay que tratar como un loco, y pensando como tal llegué a la disparatada idea de mirar la luz negra, la miré y la miré hasta que comenzó a desvanecerse como todo lo demás que miraba, permitiéndome al fin reconocer aquello que estaba buscando casi por instinto.

Cuando la luz negra al fin se desvaneció, reconocí una pila de excremento en medio de las hojas seductoras, intenté no mirar directamente para que no se desvaneciera, y de pronto me vi inmerso en aquella pila de excremento, que se había vuelto enorme, o quizá no se había vuelto enorme, quizá yo me volví pequeño, sí, yo era pequeño, porque las hojas seductoras se alzaban gigantescas a mi alrededor y sólo me permitían ver al pensamiento que nos protegía.

Ya pequeño pude reconocer que no era una pila de excremento, eran muchas pilas de excremento, de distintos tamaños y formas, de distintos animales, con distintos hedores, pero al fin y al cabo todas eran excremento, y estaban hermosamente iluminados por el remolino colorido que se alzaba en el cielo, más allá de las tres lunas de brillo negro.

Yo no conocía a quienes vivían en el excremento, pero tampoco quería conocerlos, sus vidas eran agitadas, se la pasaban de un lado para otro, no eran felices porque la luz negra de las lunas no los dejaba ver el nocturno brillo multicolor del cielo estrellado y las hojas seductoras no los dejaban pensar en levantarse como yo había hecho hace rato, el único consuelo era el pensamiento que los protegía de los seres de Más Allá, con quienes no queríamos mezclarnos.

Me acerqué lentamente al excremento, porque yo era pequeño y no quería adentrarme en las hojas seductoras, pues temía no poder volver a salir y caer así en su juego, vi de cerca a las personitas que habitaban allí, eran seres tristes y agitados, se maltrataban entre ellos, se odiaban entre ellos. Pasaban gran parte del día formando pilas de rocas, las rocas las sacaban de otras pilas de rocas que había hecho otra personita algún día anterior, la que más tarde volvía a formar su pila de rocas, robándolas de la pila de otra personita, que más tarde volvía a erigir su pila de rocas.

Todas las personitas deseaban ver la luz multicolor de la noche, pero no se daban cuenta que estaban rodeadas de ella, sólo podían ver a otras personitas, las hojas seductoras y la luz negra. Algunos incluso pensaban que la luz negra y las pilas de excremento eran el hermoso color arremolinado de la noche estrellada.

Pensé que la existencia de las personitas del excremento era miserable, bajo la luz negra de las tres lunas, hundidos en las hojas seductoras, protegidos de los de Más Allá por el pensamiento, sin poder ver la noche multicolor del cielo que los rodeaba.

De vez en cuando las tres lunas parecían debilitarse y dejaban que las personitas alcanzaran a reconocer el tenue brillo de un haz de luz del nocturno cielo multicolor, entonces las personitas abandonaban sus quehaceres y celebraban felices y animados bajo aquel tenue haz de luz, bailaban y ya no se odiaban, aunque entonces odiábamos con más ímpetu a los de Más Allá para que no pudieran robarnos nuestra luz multicolor, nuestro pedazo de cielo.

Pensábamos que las tres lunas nos habían entregado aquel brillo hermoso, y sí, lo habían hecho, aquel momento mágico era obra de las tres lunas, y amé a las personitas, y amé a las hojas seductoras, y amé al pensamiento que nos protegía de los de Más Allá.

Cada día de brillo multicolor fue recibido con celebraciones pero, como todo, debió acabar, y ya no amaba a las demás personitas, y miré al cielo y sólo distinguí la luz negra de las tres lunas benevolentes que nos habían entregado la luz multicolor del cielo estrellado que está más allá de las lunas, pero no era así, no, no existía más belleza que aquello, que aquella pila de roca que tenía, pero los demás querían mi pila de roca, así que yo quitaba a los demás las rocas que podía para erigir una pila como ninguna otra, y mi pila de rocas siempre era la más grande.

A veces me encontraba con quienes pensaban que las hermosas hojas que nos rodeaban intentaban seducirnos, y era así, no, ya no era así, las hojas estaban ahí para nosotros, nos querían, y nosotros a ellas, bajo la luz de las tres lunas, bajo la hermosa luz brillante y multicolor de las tres lunas, que habían pensado las montañas para mantenernos a salvo de los de Más Allá y habían traído las hojas para que nos quisieran, y nos permitían formar nuestras pilas de rocas.

De vez en cuando alguna personita intentaba convencernos de que las tres lunas brillaban con una luz negra, no queríamos escucharlo porque no era cierto, y dejábamos que se perdiera en el mar de hojas que nos querían, y nosotros las queríamos a ellas.

Un día incluso las lunas brillaron aún más fuerte, y su brillo multicolor inundó todo de tal forma que abandoné mi pila de roca para celebrar y bailar con las demás personitas, y creí ser feliz, sí, lo fui, con ese hermoso brillo multicolor, con las personitas, con las hojas que me querían, a salvo gracias al pensamiento que mantiene alejados a los de Más Allá, bajo la luz de las tres lunas, y grité, alegremente y con todas mis fuerzas, ¡Viva Chile!

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